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  • Correspondencias & análisis
    Núm. 7 (2017)

    Los últimos años nos han demostrado que la Internet ha dejado de ser un “periódico infinito multimedia” para convertirse en un soporte versátil de información y comunicación, cuyos contenidos multidisciplinarios experimentan gran capacidad de adaptación y flexibilidad. Es así que la vastedad en el almacenamiento se compagina orgánicamente con la multiplicidad de usos y aplicaciones.

    Dichas aplicaciones han migrado a diferentes formatos y soportes. Por su naturaleza multiusos, se han instalado firmemente en los dispositivos electrónicos móviles y portátiles, introduciéndose en nuestra vida cotidiana, acompañándonos en nuestros problemas, anhelos y esperanzas. A veces, de manera lúdica y despreocupada, “viralizan” nuestras opiniones y preferencias a través de las redes sociales, en torno a hechos o temas que surgen simultáneamente en diferentes canales y fuentes.

    Es en esta encrucijada vital donde entra a tallar la labor periodística responsable. Ante una coyuntura “glocal”, el comunicador debe emplear estas herramientas y hacerlas trascender hacia fines que vayan más allá de la satisfacción personal u organizacional: construir una agenda que refleje con claridad la problemática contemporánea, sin banalizar el debate político; practicar diariamente una ética informativa que asegure la publicación, en la medida de lo posible, de noticias ajenas a estereotipos y prejuicios subjetivos.

    El reto reside en informar sin perder la orientación dentro de la aparentemente caótica y gigantesca vorágine informativa. El desafío es no caer en la tentación de difundir eventos sin ningún asidero en la realidad. Ante la facilidad de propagar casi cualquier cosa, de dejar todo al azar, al humor socarrón o (peor aún) al odio y a la violencia, resulta recomendable al comunicador apoyarse en la autorregulación y en la deontología, que nos guían hacia la meta perenne de todo periodismo riguroso: la veracidad. Sólo así el comunicador ganará credibilidad y confianza ante la opinión pública.

    Ante este florecimiento (continuo, multitemporal, abierto) de la revolución tecnológica-digital, urge a los comunicadores aglutinar a las corrientes divergentes (que pululan en el amplio espectro del ciberespacio) y llevar el incesante caudal creativo (que observamos en las redes sociales) hacia libres y sólidos espacios de información, discusión, reconocimiento e intercambio, que respondan realmente a las exigencias y expectativas de la ciudadanía, sin recaer en las consabidas trampas del infoentretenimiento.

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  • Correspondencias & análisis
    Núm. 6 (2016)

    La comunicación integral es la clave para comprender los diferentes programas y planes trazados por las diferentes instituciones y organizaciones, todas estas comprometidas con un acercamiento más real hacia sus públicos; preocupadas por ser más empáticas con los intereses, las necesidades y las realidades que experimentan diariamente sus audiencias.

    La integración de los mensajes puede parecer (a primera vista) reflejo de una acción presuntuosa o autosuficiente, pero es una práctica que requiere la colaboración de un gran equipo multidisciplinario de comunicadores, relacionistas, publicistas, diagramadores, editores de texto y de contenidos audiovisuales, así como programadores web que buscan la confluencia de una idea comunicativa a través de una amplia diversidad de medios y formatos, sean estos densos o sintéticos, lineales o hipertextuales, especializados o didácticos.

    Este trabajo en equipo ha evolucionado rápidamente en este último lustro. Lo podemos contemplar en el extensivo uso de las redes sociales, cuyos alcances se han imbricado profundamente con los programas televisivos, con la industria cinematográfica y discográfica, yendo más allá de lo que ya había logrado dentro del campo periodístico en la década pasada, volviéndose una vital herramienta de negocio (que genera valor, fidelización y una retroalimentación constante), sin dejar de ser un símbolo identitario de las jóvenes generaciones, ya familiarizadas con los gadgets multimedia.

    Podemos considerar en estos días que los social media se han configurado (cada vez con más vigor, con el surgimiento de una aplicación tras otra) en el air du temps de estos primeros años del siglo XXI. Han impuesto su peculiar y llamativo sello en nuestras comunicaciones y en nuestra interacción cotidiana. Han evolucionado tan rápidamente (sin descanso) que no nos dejan de sorprender con cada paso y novedad. Están más allá de un punto de no retorno.

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